miércoles, 20 de enero de 2010

La paradoja de Avatar

Avatar es un producto empaquetado y adornado para ganar premios y gustar al público, tal como lo fue “El señor de los anillos” o la cursi “Titanic” en su momento. Más aún, es casi un instrumento financiero de un inversor a largo plazo que conoce muy bien su negocio, James Cameron.

Debido a la situación especial en la que me encuentro, no vi Avatar en 3D, ni si quiera en pantalla grande. Lo vi on-line y con una calidad bajísima. Mejor, porque dejaré de decir lo obvio, que los efectos visuales son espectaculares y todo eso. Me quiero enfocar entonces en la historia, la estructura narrativa, la construcción de personajes. En relación con la actuación…difícil analizarlas cuando casi todo lo hizo un ordenador.





Lo que más llama la atención es que más o menos a los 10 minutos ya sabemos cómo va a terminar la película. Que nuestro héroe Jake, que no tiene nada que perder, va a empezar a adaptarse y a amar la naturaleza y la sociedad Navi (¿así se escribe?); que los indígenas librarán una batalla valerosa por defender su tierra; que los humanos van a aprender una lección por su codicia. Pero, para peor, se recurre a explícitas situaciones que decoran mucho más e innecesariamente el pastel. El romance de nuestro héroe con la “hija del jefe” Navi, la redención de la oficial que decide repentinamente que no debe seguir las órdenes de su superior, y así por el estilo. Todo se vuelve pomposo y predecible en Avatar.

Claro, Cameron sabe muy bien cómo mantener la atención. La historia avanza de manera lineal con sobresaltos, persecuciones de fieras salvajes y retos que Jake sabe sobrellevar con fortaleza y actitud, y que lo termina convirtiendo en poco menos que un superhéroe.

Todos los personajes están increíblemente estereotipados. El militar no puede ser más bruto, el empresario más codicioso, la astronauta/antropóloga/bióloga no puede amar más a su objeto de estudio. Cada uno desde su acartonado rol va a ser testigo de la esperada transformación de Jake.




"Bastardos sin gloria" no es lo mejor de Tarantino, pero para mí de lejos es mejor película que Avatar y debió ganar en la última edición del Globo de Oro. Lástima que se prefiera la parafernalia espectacular y el carnaval de colores y sentimientos puros versus sentimientos malos (otra vez recuerdo esa película que detesto, “El señor de los anillos”).

Sin embargo, pese a todo, además de la innovación digital Avatar tiene algo muy valioso: su actualidad. Cuando veía Avatar pensaba en las corporaciones que explotan la selva peruana sin el menor respeto de sus habitantes. Pensaba en la huelga de la comunidad de Tapairihua contra la empresa minera Southern Perú, propietaria de un proyecto cuprífero ubicado en sus territorios comunales. Pensaba en los empresarios que ven como una carga a los nativos que quisieran evacuar o desaparecer porque viven sobre minerales preciosos. Pensaba en el poder político que hace no mucho prefirió una matanza en Bagua antes que escuchar los derechos de los indígenas. Avatar es una triste realidad latente adornada con efectos visuales para ganar millones, qué paradoja.