viernes, 13 de julio de 2012

Una canción


Descubrí a Portishead hace un año, mientras hacia un master en Política Internacional muy cerca a Bristol, de donde es la banda. Hay algo sublime en la conjunción de la voz triste de Beth Gibbons y la música electrónica pausada y rítmica que la acompaña. Portishead es de la familia de Massive Attack, Morcheeba o Björk, artistas  inclasificables, que van del trip-hop hasta al rock industrial, haciendo flirteos con el blues y el jazz, en grados distintos, experimentales. No pretendo aquí hacer una “crítica musical” sobre alguno de los discos de Portishead, soy un lego en eso. Más bien pretendo escribir desde el corazón lo que una canción específica del grupo me hace sentir, una canción áspera, extraña pero mística al mismo tiempo: Machine Gun.





Machine Gun tiene una estructura y melodía muy confusa. Hay dos fuerzas sonoras: la voz resquebrajada, sollozante de Gibbons que podría imaginarse como moviéndose lenta y armoniosamente; y una  percusión electrónica que irrumpe y se acerca agresivamente a ella, sin dar ninguna tregua, constituyéndose como su opuesto. Son dos fuerzas bien marcadas: una apolínea, delicada y diáfana que expresa con tranquilidad un sentimiento profundo, y otra dionisíaca, salvaje y vital, que no conoce reglas más que las que su propia fuerza impone.

Ambas fuerzas sonoras nunca se mezclan para hacer una sola armonía. No se cruzan, ni si quiera se rozan. Cada una avanza en su propia dimensión, pero, sin embargo, se siente que están muy cerca, que existen en un campo de atracción subyacente.

La voz triste canta que ha visto a un salvador acercarse a su camino en la luz fría del día, pero luego se da cuenta que está sola. La voz no sólo está triste, también teme. Teme estar sola consigo misma, y parece que piensa que las cosas serían distintas si es rescatada, “si el salvador podría ver su interior” y reconocer “el veneno que está en su corazón”. Pero no hay nadie y ella solo se siente “culpable por la voz que obedece”. La canción evoca entonces para mí, el temor a la soledad, más precisamente, el temor al vacío, que a su vez, es el temor a encontrarse con uno mismo.

La fuerza dionisíaca entonces podría ser no real, podría estar solo en la imaginación de la doliente y temerosa voz, a fuerza de escapar de sí misma. Al final de la canción irrumpe el sonido de un órgano que bien puede remembrar el apocalípsis o la salvación, en ambos casos, se trata de un final inminente.

No sabremos si la voz encontró lo que buscaba en su propio vacío o en algo o alguien más. Lo que es claro es que nosotros- los que la escuchamos- ya podemos salir del trance.

domingo, 6 de mayo de 2012

Mis amigos y el tiempo


Mis amigos se empiezan a casar, tener hijos, engordar desvergonzadamente, perder el cabello.  En el facebook son cada vez más constantes las fotos de bodas, compromisos, luna de mieles, bebes sonrientes, y así.  Es como que el tiempo implacable llega para llevarse a todos de forma fulminante e injusta, sin darme un respiro siquiera para decirle adiós a esos recuerdos que compartimos juntos, a esos proyectos que no concretamos, esas pequeñas revoluciones, algunas hedonistas otras comunitarias, ambas utópicas.
Quisiera protestar y decir: “basta tiempo, no tienes derecho a acabar con los sueños de uno, así, sin avisar”; “no tienes derecho a convencer a mis amigos de convertirse en buenos ciudadanos, padres de familia, sentar cabeza y reproducirse”. Entonces un escalofrío surge de pronto. El miedo a pensar que el iluso, el desubicado soy yo. Mientras mi generación se hace cada vez más profesional, consumista, competitiva (en el sentido de la loa al mercado), yo estoy en un tren que va de Londres a Newcastle en el que empecé tratando de articular una exposición académica, y estoy en medio del camino re-pesando mi vida entera.
Las cosas entre muchos de mis amigos y yo han cambiado tan radicalmente como nuestros temas de conversación. En el pasado la política, la literatura, la música, la historia, la solidaridad estaban entre los temas de discusión habituales. Ahora van abriéndose paso las conversaciones sobre los departamentos, los autos nuevos, las hipotecas, el trabajo monótono, los restaurantes de lujo, el dinero. Viejos amigos que mostraban todas sus credenciales comunistas en las aulas de San Marcos, ahora hacen lo posible para convertirse en abogados de “éxito” de bufete, o aburridos funcionarios públicos en la administración, o empresarios de bolsa de valores, y así.



¿Debería dejar de teorizar sobre las perspectivas post y decoloniales, la alter-modernidad, la legalidad y la economía post-capitalista? ¿Debería dejar ese ímpetu por comprender y cambiar la realidad, por ayudar a construir una sociedad más justa? El mundo avanza y uno no puede quedarse estático, muchos insinúan. Adaptación le dicen unos; otros, simplemente, la inexorable evolución que va de la juventud a la madurez. 
Pero pienso un poco. Si algo he hecho hasta ahora no es precisamente quedarme estático, todo lo contrario: de Torino a Roma, de Paris a Ámsterdam, de Barcelona a Bruselas, de New York a Londres, pasando por Oxford, Frankfurt y muchas otras ciudades han sido el refugio no sólo geográfico sino también espiritual donde he enriquecido tremendamente mi experiencia intelectual y de vida. Cuando entré a San Marcos la poesía y la narrativa estaban más enraizadas en mí que la política y la academia.  Mientras mis amigos, que tenían de una y otra, fueron perdiendo ambas; yo en cambio me alimenté de libros que me fueron llevando por un camino que aún no termino de recorrer y no sé dónde terminará. Es decir, de seguro terminaré en mi querida Lima, pero no sé bajo qué condiciones y en qué circunstancias. Lo que sí estoy seguro es que no voy a renunciar ni a la academia ni al arte, aunque a veces uno se apodere del otro, aunque siga viendo envejecer a mis amigos.
No voy a renunciar porque aún hay mucho por decir, escribir, soñar. Porque el tiempo no me ha hecho más dócil, sino más insumiso. En fin, porque tengo la certeza que no me he quedado estático ni he involucionado, más bien, estoy forjando otro camino quizá más largo e inseguro que el profesionalismo abogadil, pero más excitante y gratificante por lo menos para mí.
Pronto llegaré a Newcastle con una nueva convicción. Los sueños de juventud se conciben para pelear por alcanzarlos. Muchos se quedarán en el camino y los olvidarán, cobijándose bajo la seguridad de un empleo y un hogar, lo que constituye una opción digna. Pero mi opción es distinta, es persistir.

domingo, 18 de marzo de 2012

Los anti-Vallejo

El reciente artículo de Diego de la Torre sobre Cesar Vallejo tiene tantas frases deleznables que incluso podría decirse que compiten entre ellas. Elijamos una. Luego de citar un verso de “Espergesia” (“yo nací un día en que Dios estuvo enfermo”), su conclusión es: “Con una actitud así no se crea algo grande, menos aun un ciudadano con mentalidad ganadora y sin complejos”. Parece que el señor no se ha dado cuenta que mientras Vallejo está inmortalizado justamente por su grandeza poética, él sólo ha tenido su cuarto de hora gracias a sus lamentables y equívocas aseveraciones. Nada más.
El problema con de la Torre y demás conspicuos representantes del conservadurismo ilustrado peruano es que dentro de su visión unidimensional de mundo sólo cabe la  “mentalidad ganadora” del empresario que sabe hacer plata y aprovechar las oportunidades de negocios. En macro eso se refleja en la loa al “crecimiento económico” y el orgullo de exportar minerales. Con ese pequeñísimo entendimiento el pobre es pobre porque quiere, porque –vallejianamente- ha exaltado la tristeza. Alan García ya lo decía adicionando connotaciones raciales: “La sociedad peruana es derrotista... el Perú es un país andino, esencialmente triste. Aquí tenemos indígenas que cosechan hoja de coca todavía…”.
A los voceros del “éxito profesional” y la McDonalización de la sociedad hay que responderles, hay que informarles. La grandeza de escritores como Vallejo y Ribeyro está en el hecho de que han sabido trasladar la realidad del Perú (donde ha habido y hay desigualdad, opresión, racismo, indiferencia) a sus obras, de manera original, profunda y con gran estética literaria. Vallejo lo hizo de forma magistral, estando a la vanguardia del lenguaje sin perder un potente contenido humano. 
Por eso los conservadores que recitan a Mises y Hayek deberían aprender un poco de la historia de su propio país. Entonces no negarían que la pobreza de unos se debe a la riqueza de otros. Así lo fue en la colonia cuando la riqueza y los derechos de unos se basaron en la pobreza y la negación de derechos de los otros (¿Cuántos indígenas fueron explotados hasta la muerte con el sistema de encomiendas?). Así lo fue después de la independencia cuando el emergente estado nación repartía las tierras entre los descendientes europeos negando los derechos ancestrales a los indígenas (¿acaso no se dan cuenta de las razones de la revolución de Velasco?). Así es ahora, cuando el Estado permite que una empresa como Doe Run siga funcionando a su antojo, sin respetar estándares ambientales mínimos, trasladando los costos de la contaminación a los pobladores de La Oroya (¿qué precio tiene la salud?). Los ejemplos de acumulación de riqueza de unos y desposesión de otros (de la tierra, los recursos, la vida, la salud) se repiten a lo largo de la historia del Perú y los países llamados “sub desarrollados”. Sin embargo, para De la Torre y cia la culpa de la pobreza es de Vallejo y su pesimismo (¡!).
Ese es el problema con la gente que ha vivido siempre en una burbuja y que más allá de ella han preferido la indiferencia, esa poco elegante manera de estarse muerto en vida. Así lo decía ya nuestro más grande poeta en un verso que les calzaría perfectamente: “Qué extraña manera de estarse muertos. Quienquiera diría no lo estáis. Pero, en verdad, estáis muertos”.

domingo, 5 de febrero de 2012

The Iron Lady: una mala apología

Iron Lady es una película detestable por varias razones, no sólo porque celebra abierta y descaradamente la política conservadora. La historia está llena de lugares comunes y proclamas feministas y patrioteras fast food, es decir, fácilmente elaboradas, ofertadas y digeribles, sin reflexión alguna más allá del contenido liviano de los libros de auto-ayuda (“si te esfuerzas lo lograrás”).
Decir que Meryl Streep actuó genial es casi una redundancia. Lo importante es analizar su personaje y lo que trata de representar. Margaret Thatcher es mostrada como una mujer luchadora, que se esfuerza por lograr sus objetivos y romper los tabúes de una sociedad machista. Además, a pesar de los problemas logra equilibrar su labor política con su familia, es firme en aplicar políticas agresivas e impopulares que a largo plazo “beneficiarán a la nación”,  así como la defensa de las islas Malvinas y los valores de la “civilización occidental”.  Thatcher es tan luchadora y firme que incluso en su vejez enfrenta al recuerdo de su esposo muerto y logra vencer lo que parecía una inminente locura. En resumen, no se trata aquí de humanizar a Thatcher como erróneamente se dice, sino de exaltarla, construyendo un pedestal donde adorarla, pero no sólo a ella, sino también a sus ideas.



Y aquí es importante observar lo que la película no dice. Una constante en el filme es la firmeza de Thatcher frente a las manifestaciones masivas y la brutal represión en el Reino Unido, en el contexto de la implementación de las políticas neoliberales en los años 80s. Al exaltar esa firmeza como una necesidad de supervivencia “there is no alternative”, la historia muestra a la rebelión-represión como algo contingente. Los muertos, la sangre, la explotación, la agresión (en UK así como en las islas Malvinas) son deshumanizados, mostrados en forma de documental como momentos tristes pero necesarios. La película, así, se enfoca en el valor de la líder en resistir esa dialéctica, en estar más allá de ella.
La celebración de la unidad de la nación, la defensa de la soberanía y la unión frente a la crisis económica, esconden así, la violencia brutal sobre la que se cimentó el actual orden neoliberal, la perpetuación de las guerras colonizadoras y la estupidez de quienes celebran la democracia y el capitalismo global sin preguntarse cómo así pueden ser democráticos los regímenes europeos que prefieren recortar fondos para la educación y salud, manteniendo al mismo tiempo los millonarios gastos de sus monarquías. Esa es la verdadera naturaleza de las naciones modernas, de la nation as narration, como dice Homi Bhabha.



Así como The King's Speech (2010), además de recurrir a la manida exaltación de la superación personal, aprovechó para celebrar la autoridad de la realeza inglesa; Iron Lady hace lo mismo con la  política conservadora, sólo que sin ningún cuidado, con una crudeza insoportable. Así de sinvergüenza como las recientes declaraciones del Primer Ministro Británico David Cameron, que acusó de “colonialista” las intenciones argentinas de recuperar las islas Malvinas.