sábado, 1 de octubre de 2011

En contra de la nostalgia: Medianoche en Paris

“Nostalgia is denial, denial of the painful present... The name for this denial is golden age thinking: the erroneous notion that a different time period is better than the one ones living in. It’s a flaw in the romantic imagination of those people who find it difficult to cope with the present” (Woody Allen)

Medianoche en Paris es una película inspirada, sutil, mágica. Woody Allen tiene aún mucho que dar y nosotros mucho que aprender.

Gil está a punto de casarse con Inez, ambos están de vacaciones en Paris. Él es un escritor que trabaja como guionista de Hollywood pero odia su trabajo, quiere escapar y dedicarse a su pasión, escribir novelas. Sueña con vivir en Paris, donde en los años 20 era el refugio de grandes intelectuales y artistas, un paraíso de la bohemia. Inez, en cambio, es práctica, niña mimada de clase alta que sólo piensa en casarse con todos los lujos, que su prometido se quite de la mente esas locas ideas y que se dedique a hacer el trabajo de siempre que, por lo demás, es bien remunerado. Las diferencias entre ellos se acentúan con la intervención de Paul, un ex profesor de Inez, que llegó a Paris a dar una conferencia en la Sorbona. Es un seductor pedante que tiene los ojos clavados en Inez. Obviamente Gil lo detesta.





Pasan los días y Gil se va adentrando más y más en su mundo. Una noche caminando solo observa un carro viejo lleno de bohemios que se aparca cerca de él; la gente ahí dentro lo llama. Él entra y empieza una aventura surrealista. Llega a una fiesta donde encuentra a los Fitzgerald, Hemingway y la dulce Adriana, amante de Picasso. Adriana es otra nostálgica que sueña con le Belle Époque de los años 1890s. Una noche, mientras Gil trata de enamorarla, llega una carroza que los lleva a esa época donde encuentran a Toulouse Lautrec, Gauguin y Monet, quienes a su vez se quejan de la falta de imaginación de su época y sueñan con la ilustración. Adriana quiere quedarse en ese pasado que siempre soñó, pero Gil se da cuenta del problema. Todos niegan el presente y se aferran al pasado como aquel momento mágico, imperecedero, mejor. Woody Allen nos muestra que la nostalgia es dulce y hermosa sólo un momento, porque cuando acaba el gusto de mirar atrás, sólo se perenniza el presente del cual uno se quiere escapar.

Así, Medianoche en Paris es una poética sátira de la nostalgia, del sin sentido del pasado por el pasado, y más bien, de la necesidad de entenderlo para afrontar el presente y saber de dónde venimos, qué somos, y – sobre todo- a dónde vamos, como tituló Gauguin a uno de sus más famosos cuadros. Gracias a su viaje surrealista Gil entiende que no puede vivir en el pasado, pero también que debe avanzar con pie firme hacia nuevos horizontes.

Entonces, si de acuerdo a Allen la nostalgia es la negación del presente, sólo la negación de la negación puede salvarnos de vivir atrapados en el sin sentido. Porque sólo el presente puede transformarse y sólo sobre él podemos construir. Medianoche en Paris nos recuerda bellamente esta necesaria idea vitalista.

domingo, 24 de julio de 2011

The Tree of Life

Cuando acabó la película escuché las voces de unas chicas sentadas atrás. Una decía: “What the hell was that?”, y su amiga “sorry, sorry it is the last time I choose a movie”.



Mucha gente salió decepcionada, esperaban una película “filosófica”, y querían salir del cine teniendo más o menos claro el significado de la vida, el amor, Dios o la muerte. Los menos ambiciosos simplemente esperaban tener una historia clara donde haya un desenlace, una moraleja. Pero “The Tree of Life” de Terrence Malick (2011) no pretende responder ninguna pregunta trascendental. El filme trata de mostrar un proceso - el eterno proceso de creación-, y lo hace de manera introspectiva, surrealista, a veces diáfana, a veces salvaje. Se muestra así para aquellos que quieran darse un viaje más allá del tiempo y del espacio.

Hay tres dimensiones en la película. Una es la historia de una familia tradicional estadounidense de los años 50s, donde el padre tiene el control, la mujer es cariñosa y sumisa, y los 3 hermanos aprenden a comportarse bajo el régimen patriarcal. Esta historia es construida sobre la base de los recuerdos de uno de los hijos (Sean Penn), un hombre moderno de ciudad que en el presente tiene un común trabajo de oficina, sofisticado, pero que se encuentra trastornado con imágenes del pasado.

Los recuerdos giran sobre lo qué sucedió antes de la llegada de la muerte de (al parecer) el segundo de los hermanos. Este es el evento central de la película, no porque sea el desenlace (de hecho sabemos de eso al comienzo), sino porque a propósito de este evento el filme se sumerge en el complejo proceso de creación. Entonces, mientras se desarrolla la historia de la tensa relación entre los niños (especialmente el primogénito) y el padre, la relación conflictiva entre hermanos y el rol protector de la madre, una tercera dimensión emerge a cada instante, dimensión en la que se muestra a la naturaleza en toda su libertad (el universo, los animales, microorganismos) a través de imágenes que se sobreponen una a una, y son acompañadas por la voz lejana de la madre que, entre lamentos y meditaciones, parece ser parte misma de la naturaleza.

Al comienzo pensé que esta dimensión estaba dirigida a revelar la insignificancia de las historias personales frente a la vastedad del universo. Pero en realidad evocan a la propia familia, en donde el padre drástico y explosivo expresa el lado más rudo de la naturaleza que domina – aunque no queramos- nuestras vidas; pero a la vez, la actitud dócil, protectora y, al mismo tiempo, aleccionadora de la madre expresa la armonía y pureza que tiene también la naturaleza. Así, las escenas más intensas de la dimensión familiar se entrelazan con imágenes de volcanes en erupción, bosques y mares inmensos.

En ese contexto, y desde una visión holística, la familia y cada individuo es un todo en sí mismo, la vida que se reproduce en todas partes, en todo momento está ahí encendida en cada sujeto. Pero al mismo tiempo que cada individuo es un todo, es parte de algo que es también infinito. Esa (inter)relación holista es, en esencia, lo que creo que la película representa (y es mi visión de “The Tree of Life”). Por eso al final, esa voz de la madre, que parece inherente a las imágenes de la naturaleza dice: “I give you my son”. La madre que perdió a su hijo sabe que se lo da a la otra gran madre (por algo los indígenas ven a la tierra como la pacha-mama). Pero esa voz en verdad representa a ambas: a la mujer abnegada y a la naturaleza que se muere infinitamente para volver a nacer. El sacrificio de una y de otra que desde el punto de vista holista es lo mismo.

Puede tacharse a la película de excesivamente pretenciosa o de excesivamente personalista. Pero no caben para mí aquellas críticas de “falta de coherencia” o falta de “desenlace”. La película no puede verse, necesita ser apreciada como un gran lienzo o como un poema visual en cada una de sus dimensiones. Sólo así podrá ser disfrutada. Y no se imaginan cuánto.

martes, 28 de junio de 2011

“Senna”: El poder engañoso de la imagen

En “Senna” de Asif Kapadia (2011) la vida misma se reduce a imágenes captadas en momentos claves, en situaciones extremas, en instantes de desasosiego. Ahí está la cámara dentro del fórmula uno, se captan la derrotas, las victorias, el miedo y la decisión de luchar por lo que siempre se quiso, el temor al fracaso y el temor a la muerte.

Pero la película nos muestra más que un collage de imágenes. Es la narración de una “historia sin narrador”, sin una voz que nos guíe en la complejidad del espíritu de aquellos que dan todo por alcanzar sus objetivos. La narración es encomendada a cada una de las tomas, a las entrevistas que el propio Ayrton Senna daba, la que daban sus adversarios y sus seres queridos. Al final, el documental nos muestra de manera compacta una historia que el espectador mismo ha construido y ha interiorizado de acuerdo a sus emociones.



Entonces pueden haber muchos “Sennas” en la película. Esta el piloto intrépido que siempre luchó por ser el mejor, que lo fue muchas veces y se convirtió en un ícono famoso del deporte mundial, que no temía a la muerte porque era fiel creyente de Dios y que murió en su propia ley, tratando de ganar. También está el Senna de mirada profunda que parecía sentirse predestinado a morir en alguno de esos campos de batalla que eran los circuitos de fórmula uno. Este Senna ensimismado a pesar de todas las victorias, dinero y fama parecía nunca estar conforme, parecía vacío. Otros quizá verán a otro Senna, reflejándose en el piloto como en un espejo.

Cualquiera sea el Senna que hayamos construido, lo cierto es que la película es nostálgica y, por ello, triste. Porque como dice Joan Manuel Serrat en una de las canciones más profundas que he escuchado (http://www.youtube.com/watch?v=zFLcUAUWCqk), al final, la vida no es más que un conjunto de recuerdos frágiles, endebles y engañosos que son construidos por aquellos que nos amaron, y lo hacen a partir de sus propios recuerdos que también son frágiles, endebles y engañosos. Con Senna como con aquellos famosos que han podido conmover con sus logros a miles de personas, los recuerdos aparecen perennizados en imágenes, pero no dejan de ser frágiles porque la poderosa imagen igual se transforma ante la valoración subjetiva de quien lo observa.

Esta película es una pieza maestra acerca de la reconstrucción de una vida a partir de imágenes, reconstrucción que siempre es subjetiva y arbitraria.

sábado, 26 de febrero de 2011

Requiem For A Dream: ¿Una película de culto?

Luego de ver “The Black Swan” (2010) y “The Wrestler” (2008), la última película más que notable, decidí poner atención a Aronofsky y ver su película más popular (que por años muchos amigos me la habían recomendado): “Requiem For A Dream” (2000) (RFAD). El resultado fue una decepción total.

RFAD es pretenciosa como pocas, tanto en su contenido como en su aspecto visual. Esa pretensión la lleva a proponer una especie de barroquismo de music video o comercial de TV, con cortes y sobresaltos a cada momento. En una palabra, es excesiva, pero no se trata de un exceso transgresor, siempre bienvenido y siempre emocionante. Se trata de un exceso vacío, repetitivo, incansable. Un exceso de querer mostrar cierta maestría visual y narrativa con destellos de sexo, violencia, amor, desamor, locura, muerte… todo y nada a la vez.



 
Mientras veía la película observaba un ímpetu por emular a directores como Tarantino o Boyle, e incluso reminiscencias de la “Naranja Mecánica” de Kubrick (1971). El espectáculo visual en las películas de estos directores, sin embargo, no abusa de la parafernalia, ni sus historias pretenden ser una catarsis espiritual (y visual). Ellos supieron ponerse límites bien claros.

Por eso, mientras pretende mostrar con seriedad y originalidad la autodestrucción de sus personajes nihilistas, RFAD propone una trasgresión soft, que por un lado adorna la decadencia de cada uno de sus personajes, pero por otro, la muestra como una consecuencia merecida (por la ambición y/o adicción). Por eso es simplemente incomparable a “Trainspotting” (Boyle, 1996), que juega también al nihilismo pero sin querer presentar el tema como trascendente, sino con certero y original sarcasmo.



Felizmente, Aronofsky ha demostrado que tiene mucho más que ofrecer, como la excelente “The Wrestler”, mucho más sencilla pero a la vez más madura, una película que transmite nostalgia de manera brillante, o más recientemente “The Black Swan”, donde las imágenes de locura en vez de empalagar la historia, son elementos que la potencian.

Lo que sí no entiendo es cómo RFAD le pudo haber gustado a tanta gente, e incluso cómo algunos la consideran una película de culto. Creo que a esta película no hay quien le gane en postmodernismo light o en transgresión efectista adolescente; pero de culto, al menos para mí, no tiene nada.

sábado, 22 de enero de 2011

Bailando en la Oscuridad: The Black Swan

Natalie Portman evoca la belleza profunda, esa belleza que reniega de las exuberancias y la plasticidad, y que se funda, más bien, en la fragilidad de un rostro angelical y la tristeza de unos ojos inmensos. Una belleza que parece ser conscientemente efímera y a la vez imperecedera. Ella bien podría ser la musa de todos los poetas.


En The Black Swan (El Cisne Negro) de Darren Aronofsky, Portman explota esa belleza al máximo. Aquí es Nina, una bailarina de ballet que se esfuerza sobremanera para obtener el papel protagónico en El Lago de los Cisnes. Ella sabe que es perfecta para asumir el rol, todos los saben, y es elegida. Sin embargo, esa supuesta perfección no es suficiente y tiene que esforzarse mucho más si quiere que su performance sea la mejor. El papel implica una lucha interior entre lo apolíneo y lo dionisiaco: El cisne blanco frágil y diáfano y el cisne negro pasional e irascible. La perfección no es suficiente si es que los sentimientos no se sublevan. Sólo el conjuro de ambos, lo armonioso y lo explosivo, es la verdadera perfección de quien debe estar más allá del bien y del mal. Pero Nina debe hacer un largo recorrido interior para sacar ese lado oscuro que necesita.

La perfección, tema implacable, siempre lleva consigo, agazapado, a la obsesión, y este, a su vez, lleva consigo más profundamente, como una matrioska, a la locura. Este es el viaje del que seremos testigos viendo a la casi perfecta Nina sublevarse a sus demonios.




En esa lucha interior, Nina necesita hacer un espacio donde transformarse. Pero todos a su alrededor están sobre ella. Su madre dominante quiere disciplinarla, su director quiere poseerla, su compañera quiere usurparla. Por momentos el personaje es caricaturizado demasiado, como una pobre niña en tierra de lobos. Sin embargo, las bondades de la película pronto nos hacen olvidar estos excesos.

Entonces llega la locura y los momentos surrealistas, donde no podemos distinguir con certeza de quién es la sangre, los dolores físicos de los espirituales, ni la realidad de la pesadilla. Pero la locura no es el final, sino el comienzo. Con ella Aronofsky explora la liberación, la muerte y, de nuevo, la perfección como cuestiones casi indistinguibles. Quizá una enmascare a otra, quizá todas sean un sólo concepto o quizá simplemente una quimera.


Al final, en el escenario, aunque Nina sólo logró estar más allá del bien y del mal por unos minutos, dejó inmortalizada a Portman y su belleza sublime.