Mis amigos se empiezan a casar, tener hijos, engordar
desvergonzadamente, perder el cabello.
En el facebook son cada vez más constantes las fotos de bodas, compromisos,
luna de mieles, bebes sonrientes, y así.
Es como que el tiempo implacable llega para llevarse a todos de forma
fulminante e injusta, sin darme un respiro siquiera para decirle adiós a esos
recuerdos que compartimos juntos, a esos proyectos que no concretamos, esas
pequeñas revoluciones, algunas hedonistas otras comunitarias, ambas utópicas.
Quisiera protestar y decir: “basta tiempo, no tienes derecho a acabar
con los sueños de uno, así, sin avisar”; “no tienes derecho a convencer a mis
amigos de convertirse en buenos ciudadanos, padres de familia, sentar cabeza y
reproducirse”. Entonces un escalofrío surge de pronto. El miedo a pensar que el
iluso, el desubicado soy yo. Mientras mi generación se hace cada vez más
profesional, consumista, competitiva (en el sentido de la loa al mercado), yo
estoy en un tren que va de Londres a Newcastle en el que empecé tratando de
articular una exposición académica, y estoy en medio del camino re-pesando mi
vida entera.
Las cosas entre muchos de mis amigos y yo han cambiado tan radicalmente
como nuestros temas de conversación. En el pasado la política, la literatura,
la música, la historia, la solidaridad estaban entre los temas de discusión
habituales. Ahora van abriéndose paso las conversaciones sobre los
departamentos, los autos nuevos, las hipotecas, el trabajo monótono, los
restaurantes de lujo, el dinero. Viejos amigos que mostraban todas sus
credenciales comunistas en las aulas de San Marcos, ahora hacen lo posible para
convertirse en abogados de “éxito” de bufete, o aburridos funcionarios públicos
en la administración, o empresarios de bolsa de valores, y así.
¿Debería dejar de teorizar sobre las perspectivas post y decoloniales,
la alter-modernidad, la legalidad y la economía post-capitalista? ¿Debería
dejar ese ímpetu por comprender y cambiar la realidad, por ayudar a construir
una sociedad más justa? El mundo avanza y uno no puede quedarse estático,
muchos insinúan. Adaptación le dicen unos; otros, simplemente, la inexorable
evolución que va de la juventud a la madurez.
Pero pienso un poco. Si algo he hecho hasta ahora no es precisamente quedarme
estático, todo lo contrario: de Torino a Roma, de Paris a Ámsterdam, de
Barcelona a Bruselas, de New York a Londres, pasando por Oxford, Frankfurt y
muchas otras ciudades han sido el refugio no sólo geográfico sino también
espiritual donde he enriquecido tremendamente mi experiencia intelectual y de
vida. Cuando entré a San Marcos la poesía y la narrativa estaban más enraizadas
en mí que la política y la academia. Mientras
mis amigos, que tenían de una y otra, fueron perdiendo ambas; yo en cambio me
alimenté de libros que me fueron llevando por un camino que aún no termino de
recorrer y no sé dónde terminará. Es decir, de seguro terminaré en mi querida
Lima, pero no sé bajo qué condiciones y en qué circunstancias. Lo que sí estoy
seguro es que no voy a renunciar ni a la academia ni al arte, aunque a veces
uno se apodere del otro, aunque siga viendo envejecer a mis amigos.
No voy a renunciar porque aún hay mucho por decir, escribir, soñar.
Porque el tiempo no me ha hecho más dócil, sino más insumiso. En fin, porque
tengo la certeza que no me he quedado estático ni he involucionado, más bien,
estoy forjando otro camino quizá más largo e inseguro que el profesionalismo
abogadil, pero más excitante y gratificante por lo menos para mí.
Pronto llegaré a Newcastle con una nueva convicción. Los sueños de
juventud se conciben para pelear por alcanzarlos. Muchos se quedarán en el
camino y los olvidarán, cobijándose bajo la seguridad de un empleo y un hogar,
lo que constituye una opción digna. Pero mi opción es distinta, es persistir.
Existencialismo puro. Como bien concluyes, todo es elección y tu elegiste la angustia, el vértigo de la libertad y el cambio como tu forma de experimentar la vida.
ResponderEliminarTus compañeros de universidad, al menos gran parte de ellos, entre los que me cuento, solo nos conformamos con mitigar nuestras necesidades físicas y, de vez en cuando o de cuando en vez, acomodarnos en una butaca o un buen espacio libre en casa para ver alguna película o leer alguna historia que nos recuerde un poco aquellos sentimientos que vamos dejando atrás. Como para hacer menos difícil el tránsito hacia lo inerte.
Gracias por tu publicación y tu necesidad de persistir que nos permite disfrutar de lo mejor de ti.
Un saludo a la distancia de un amigo
VVB.
Muchas gracias por tu comentario, aunque no me queda claro quien eres, espero que algún momento podamos encontrarnos en Lima para charlar. Un saludo fraterno.
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